Más allá del desguace provocado por la refinación, el principal problema
de la moderna sal de mesa para la salud humana, es justamente aquello que la
hace un inapreciable ingrediente de la química industrial: su reactividad. Frente a la amenaza que representa este compuesto reactivo
(cloruro sódico), el organismo se ve obligado a poner en marcha varios
mecanismos de defensa que, además de generar un importante gasto de energía y
recursos, no bastan para resolver totalmente la magnitud del problema. Los
mecanismos defensivos que debe desarrollar el organismo para intentar
neutralizar esta agresión cotidiana, tienen dos facetas principales e
igualmente graves: la pésima calidad (física,
química y energética) y la elevada cantidad que se ingiere. El consumo principal de sal refinada
proviene de los alimentos industrializados, como vimos, la utilizan por sus
efectos gustativo y conservante. Además, el cloruro de sodio forma parte de gran cantidad de
aditivos alimentarios legalmente autorizados, entre ellos el glutamato
monosódico, considerado como un potenciador de sabor siendo este un aditivo
peligroso que aumenta considerablemente el apetito, con el consiguiente riesgo
de obesidad; además está relacionado con la pérdida de visión a
largo plazo y la ceguera.
RETENCIÓN
DE LÍQUIDOS
Un primer mecanismo de neutralización de la sobrecarga de sal de
mesa es la hidratación y se basa en el empleo de
agua intracelular o plasma. Este precioso elemento -un recurso limitado en el
organismo y originalmente destinado a otros fines fisiológicos- se usa para
compensar iónicamente la reactividad de las moléculas de cloruro sódico. Cada
gramo de cloruro de sodio que debe ser contrarrestado, exige el consumo
de 23 veces su peso en agua intracelular. El
producto resultante, aunque haya sido balanceado eléctricamente, igualmente
debe ser eliminado como sustancia tóxica. Los riñones pueden excretar sólo una
parte: se calculan unos 5/7 gramos diarios, frente a un consumo promedio de
12/20 gramos. Este déficit cotidiano entre lo que ingresa por
boca y lo que puede salir por vía renal, es uno de
los grandes problemas que nuestro estilo de vida le crea al organismo. Para
tomar conciencia de la magnitud del problema, basta multiplicar estos valores
por los 30 días de un mes o los 365 días del año. Aquí también podemos
encontrar el verdadero origen de otra difundida problemática moderna: la retención
de líquidos. Esto deriva en aumento de peso y mayor exigencia para
órganos (corazón, hígado, riñones), que deben trabajar en exceso.
Las personas que habitualmente están
consumiendo más de medio gramo de sal al día (serían todos), es muy probable
que estén dificultando la homeostasis renal, al verse obligadas a retener más
agua, para así mantener constante la concentración de sodio en la sangre, se
presume que un exceso de líquido se traduce en definitiva en un aumento de la
presión arterial.
Otra consecuencia negativa de este mecanismo cotidiano de neutralización, es la merma del volumen de líquido intracelular. Frente al gran caudal que demanda el cuantioso ingreso de moléculas reactivas, el organismo se ve obligado a optar entre atender las naturales necesidades de plasma para la renovación celular (los millones de células que se fabrican diariamente, requieren este fluido corporal como principal material constitutivo) y la exigencia de neutralizar la peligrosa reactividad, usando este vital elemento. La consecuencia a mediano plazo es la paulatina deshidratación celular (causando la muerte de millones de células) y deshidratación corporal, también conocida como senilidad latente. Beber agua no basta para reponer dicha carencia, pues el agua intracelular no es únicamente H2O, sino también los restantes 82 elementos que forman el plasma marino.
OBESIDAD
Y CELULITIS
El cloruro sódico que no logra eliminarse por vía renal, al
permanecer en el cuerpo, genera un segundo mecanismo de neutralización:
la captura lipógena. El organismo “reclama” células
grasas para “encapsular” al cloruro de sodio “vagante”. Por este medio, el
cuerpo busca aislar material toxico que no puede evacuar en el momento, a la
espera de algún momento de pausa, en el cual eliminarlo definitivamente del
medio. Ese momento sería, por ejemplo, un ayuno, que demás está decir, jamás
tiene lugar en nuestro vertiginoso ritmo de vida.
Como consecuencia de este segundo mecanismo de neutralización,
el organismo va formando un tejido esponjoso que deposita en la hipodermis, el
estrato más profundo de la piel. Este edema acidulado genera
dos consecuencias por demás conocidas y temidas: sobrepeso y celulitis.
Puede afirmarse que este proceso de neutralizar sustancias tóxicas (no solo el
cloruro de sodio) en el tejido graso, es una de las causas profundas de
la obesidad, dicho de otro modo: la toxemia corporal
genera obesidad. aunque sea algo difícil de aceptar a causa de nuestro
condicionamiento cultural.
CRISTALIZACIÓN
Y ESCLEROSIS
Las moléculas de cloruro de sodio que no consiguen ser
eliminadas por los riñones o aisladas en el tejido graso, obligan a desarrollar
un tercer mecanismo de supervivencia: la cristalización.
Y bien decimos supervivencia, porque la acumulación de más de 35g de estos
cristales puede resultar letal para el cuerpo. El cloruro sódico se une con
aminoácidos de origen animal (presentes en los productos lácteos y cárnicos) y
da lugar a la formación de cristales de ácido úrico. Los
cristales que no consiguen ser evacuados del organismo, se depositan en huesos
y articulaciones a la espera de una oportunidad futura de excreción (tal como
sucede con el tejido graso), provocando dolores
osteoarticulares (artritis, gota, reuma) por sus características
punzantes. Otros cristales de ácido úrico se recombinan con más cloruro de
sodio y oxalatos de calcio, dando lugar a la formación de arenillas
y cálculos (vejiga, riñón, vesícula). Otra variante de esta
cristalización la encontramos en las paredes de venas y arterias,
causando fragilidad capilar y esclerosis. La
cristalización es, originalmente, un mecanismo protectivo y de emergencia que
el organismo desarrolla para defender la calidad del medio celular y el
correcto funcionamiento de las células. Pero la cronicidad de la intoxicación
termina por envenenar al sistema, ya que el exceso de cristales no consigue ser
evacuado del organismo y ello provoca graves dolencias, también crónicas.
OTROS
PERJUICIOS DEL CONSUMO DE SAL REFINADA han
sido evaluados por distintos investigadores: problemas emocionales, excitación,
insomnio, fatiga, úlceras, dependencia adictiva, hipertrofia de las glándulas
suprarrenales, pérdida del cabello, estreñimiento, cáncer de estómago y
osteoporosis (el exceso de sal incrementa la excreción de calcio a través de la
orina, favoreciendo la desmineralización del hueso).
La diagnosis oriental brinda indicadores físicos para detectar
la excesiva presencia de sal en el organismo: piel oscura, rigidez muscular,
mandíbulas apretadas, dientes inferiores sobresalientes, derrames en el blanco
del ojo, orina fuerte y heces oscuras y confitadas.
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Dra. Ibeth
Sinmaleza M.
SALUD
BIOSPICOSOCIAL
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