martes, 3 de noviembre de 2020

MOTIVOS QUE HACEN TOXICA A LA SAL DE MESA

 


La sal cristalina natural, tanto la que procede del mar como de las montañas contienen los 84 elementos que contiene el cuerpo humano. Dado que toda la vida del planeta surgió del lecho marino, es obvio que hay una semejanza intrínseca y funcional con aquella “sopa madre”, todas las formas de vida (plantas, animales, humanos), llevamos incorporada dicha solución en nuestros fluidos internos (savia, líquidos intracelulares, plasma sanguíneo). De esto eran conscientes nuestros antepasados, gracias a su intuitiva visión holística; pero nuestro reduccionista modernismo industrial se encargó de echar por tierra esta perspectiva.

La diferencia entre una sal marina integral y la moderna sal de mesa de uso corriente, resulta abismal. Como Uds. saben la sal se puede obtener del mar o de las minas de sal terrestre, el problema es que hoy los mares y océanos tienen un alto nivel de contaminación, especialmente a causa de los hidrocarburos del petróleo y de la acumulación de metales pesados como el mercurio, el cadmio y el arsénio entre otros como la contaminación plástica marina generalizada. Tóxicos que hacen de la sal marina, aun siendo mejor que la sal refinada de mesa, no tenga ya el mismo efecto positivo de antaño. De hecho, la única sal pura y completa de la tierra se encuentra hoy únicamente en lugares donde hace millones de años se secaron los mares primitivos: minas terrestres.

La simple evaporación del agua de mar, deja como consecuencia un residuo sólido, al cual llamamos SAL. Este residuo está compuesto por los 84 elementos estables de la tabla periódica. Por supuesto que el cloro y el sodio son los principales elementos cuantitativos, representando casi el 90% de su composición. Pero la importancia cualitativa de ese 10% restante es verdaderamente extraordinaria.

Concretamente, se comenzó por pensar en términos de “suciedad”: había que lavarla y purificarla para presentarla como un producto “limpio e higiénico”. Este concepto funcionó y lo más triste es que aún funciona a nivel masivo también con otros alimentos básicos y sujetos a procesamiento industrial: harina, arroz, azúcar, aceite, etc.

Una vez liberado de “impurezas innecesarias” que en realidad son los minerales esenciales y algunos oligoelementos (y por tanto del equilibrio iónico que le confieren los restantes 82 elementos), EL CLORURO DE SODIO es un reactivo perfecto y económico. Esta sustancia se convirtió en un elemento imprescindible de la industria química, sobre todo para la producción de plásticos, aceites minerales, desmoldantes, etc. También la industria alimentaria la incorporó en su batería de aditivos preservantes, como inhibidor de procesos de descomposición: un ejemplo es el yogurt, que contiene cloruro de sodio, no como saborizante sino como conservante.

Así que lo que consumimos hoy con el nombre de sal de mesa es solo CLORURO SODICO al que se le añade yodo y/o flúor. Existe una trágica realidad que a casi nadie preocupa: EL CLORURO DE SODIO, como compuesto químicamente puro, no existe en la naturaleza. Algo análogo ocurre con la sacarosa (azúcar blanco). Biológicamente el organismo no reconoce estas sustancias refinadas y de extrema pureza; es más, las considera tóxicas por su reactividad. Irónicamente, por la misma razón que la industria aprecia al cloruro sódico (capacidad reactiva), el organismo lo rechaza.

Siguiendo con la refinación de la sal, digamos que en 1971 el gobierno japonés decretó que toda la sal para consumo humano se debía elaborar por el dudoso proceso de intercambio de iones, que usa 3.000 voltios y 120 amperes de electricidad para extraer los iones de cloruro de sodio del agua de mar.

En el proceso de refinación industrial, la sal de mesa pasa por temperaturas de 670ºC, lo cual altera definitivamente su natural estructura cristalina.

Una sola cifra nos permite comprender mejor esta realidad: el 93% de la sal que se refina en el planeta está destinada a fines industriales no alimentarios, un 4% es utilizado por la industria alimentaria como conservante; apenas el minoritario 3% restante se destina al uso como sal de mesa. Traducido en términos más sencillos, “de paso” la mesa “recibe” los “beneficios” de la excelente “pureza” de la refinación industrial y nuestras amas de casa se “benefician” al disponer de un producto “inmaculado” y que no se apelmaza.

Volviendo a la sal refinada de mesa, no todo termina en el “desguace” de sus restantes 82 elementos constitutivos. Luego “sufre” la aditivación de otros compuestos refinados. El caso del yodo y el fluor, ambos minerales tóxicos y reactivos en las formas antinaturales que se adicionan industrialmente. ¿En que argumentos se basa este procedimiento, obligatorio por ley?: resolver problemas tiroideos (yodo) y proteger la salud dental (fluor). Pero nadie toma en cuenta que el cuerpo no puede metabolizar la suplementación artificial de yoduros y fluoruros. Muchos científicos están advirtiendo que estos compuestos son los principales responsables de la formación de nitratos en el estómago; y se sabe que los nitratos son las sustancias cancerígenas más agresivas, y responsables de tumores selectivos en muchos órganos. También son responsables de reacciones alérgicas y otros problemas de salud. Recientes estudios demuestran que la adición de yoduros a la sal de mesa puede causar hipertiroidismo, tiroiditis autoinmune y disminución de fertilidad. Por su parte el fluor, aún en concentraciones bajas, está relacionado con problemas neurológicos y endocrinos, afectando el sistema nervioso y provocando déficit de atención (DDA) en niños y adultos.

A este trágico panorama, se suma la aditivación de otros preservantes, por supuesto que todos legalmente autorizados e incluso sin obligación de ser declarados en las etiquetas. Además de yoduro de potasio, la industria de la sal adiciona dextrosa, un tipo de azúcar que sirve para evitar la oxidación del yodo (¡o sea que la sal tiene azúcar!). Luego le agregan bicarbonato sódico, para que la sal no tome un tinte púrpura tras la adición del yoduro de potasio y la dextrosa. Para evitar el apelmazamiento se adiciona hidróxido de aluminio. Es bien conocida la relación aluminio-Alzheimer y el papel que juega este metal liviano en las disfunciones neuronales, bloqueando los procesos del pensamiento. Como si no tuviésemos bastante con el uso de utensilios de aluminio en la cocina, latas de aluminio para las bebidas o papeles de aluminio para envolver alimentos.

Otros aditivos que encontramos en la sal de mesa son: el carbonato cálcico, que no es otra cosa que un pulverizado de huesos animales, el aluminato de silicio sódico, el ferrocianuro de sodio, el citrato verde de amoníaco férrico, el prusiato amarillo sódico y el carbonato de magnesio.

A través de la sal refinada, ingresa diariamente al organismo gran cantidad de sodio, un mineral que si bien es necesario en la química corporal, hoy en día se ha convertido en un problema a causa de su excesivo consumo, sobre todo en formas inorgánicas. El sodio contribuye al mantenimiento del equilibrio ácido-base y del balance hídrico y electrolítico del organismo, siendo necesario para la correcta transmisión del impulso nervioso y para la excitabilidad normal de los músculos. La forma ideal de su consumo es a través de los alimentos frescos, que lo contienen en modo biológicamente asimilable. Pero el enorme consumo de sodio (representa el 40% de la sal común) proviene de productos industriales y a su vez está relacionado con deficiencias del electrolito sinérgico: el potasio. El desorden sodio/potasio se ha convertido en una de las grandes causas de los modernos problemas de salud.

Normalmente se piensa -y así lo sugieren los especialistas- que con evitar la sal se resuelve el problema del exceso de sodio. Sin embargo, el consumidor moderno se ve expuesto a la inadvertida presencia de variadas y a veces nefastas formas de sodio en los alimentos industrializados de uso corriente, la mayoría de las cuales no están indicadas en las etiquetas de los productos que las contienen. Un ejemplo es el pan común, que suele aportar 1,3% de sal, o sea unos 500mg de sodio por cada 100g de un producto que se consume en grandes cantidades. Si tenemos en cuenta que la OMS recomienda que las personas adultas no superen los 6 gramos de sal al día (2,4 gramos de sodio), vemos que solo 500g diarios de pan bastan para superar dicho valor.

El cloruro de sodio refinado es ampliamente utilizado por la industria alimentaria, que además de la propiedad saborizante, toma en cuenta el aspecto conservante de la sal. En muchos productos se usa en forma abundante para resaltar cualidades gustativas, mientras que en otros cumple una función preservante. Además, el sodio forma parte de gran cantidad de aditivos alimentarios legalmente autorizados: conservantes, estabilizantes, emulgentes, espesantes, gelificantes, potenciadores de sabor o edulcorantes.  

Párrafo aparte para el glutamato monosódico, considerado como un aditivo peligroso. Su empleo en la industria alimentaria y en la restauración se remonta a casi medio siglo de historia, como potenciador de sabor. El E-621 (identificación en las etiquetas) actúa como neurotransmisor, implicado en la respuesta sensorial característica del sentido del gusto, al intervenir en la transmisión de señales eléctricas a lo largo de las neuronas. Normalmente se usa en comidas precocidas, sopas, aperitivos, salsas, embutidos, cereales, carnes, mezclas de especias, conservas, alimentos procesados, sopas de sobre, cubitos de caldo, aderezos, etc.

Pese a estar autorizado su uso, numerosos estudios han cuestionado seriamente la inocuidad del glutamato monosódico. Investigadores japoneses lo relacionan con la pérdida de visión a largo plazo y la ceguera. En diversos experimentos se demostró que su inyección directa en el ojo, en concentraciones entre bajas y moderadas, causa daño nervioso. Una investigación clínica de la Universidad Complutense de Madrid, ha revelado que la ingesta de glutamato monosódico aumenta considerablemente el apetito, con el consiguiente riesgo de obesidad. Consumido en exceso y/o desde la infancia, puede modificar el funcionamiento de una zona del cerebro que regula el apetito, aumentando el deseo de comer hasta en un 40%.

En síntesis, el glutamato monosódico puede producir: contracciones musculares en la cara y el pecho, palpitaciones, ataques de asma y jaquecas, esterilidad, obesidad y el famoso “síndrome del restaurante chino” (rigidez muscular en cuello y mandíbula, degeneración de las células del cerebro, problemas gástricos, rigidez y/o debilidad en las extremidades, visión borrosa, mareos, cefaleas, opresión torácica, sensación de calor y hormigueo, aturdimiento y enrojecimiento facial). Puede ser suficiente la ingesta de 3 gramos de esta sustancia para generar dicho síndrome.

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Dra. Ibeth Sinmaleza M.

        SALUD BIOSPICOSOCIAL

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